La
semana pasada en una tarde primaveral parecida al día de hoy, había
quedado con una persona para charlar sobre la situación que la
atañe. Familiar en parte y personal en el no acabar de
encontrarse a sí misma...
Quedamos
en vernos en un parque próximo a su domicilio. Sombreado por altos y
frondosos árboles y en el que hay también diversos juegos para
niños. En uno de los bordes se levanta una pequeña ermita dedicada
al Ángel de la Guarda.
Mientras
la esperaba observé como un murciélago revoloteaba incansable en un
tramo del río cuyas sombras eran más profundas. La corriente del
río, sosegada, casi silenciosa, transcurría apacible por el ancho
cauce. Según escribo ahora soy consciente del ambiente natural y
tranquilo que disfrutamos. Acorde con los temas tratados y la gran
sintonía que entre ambos se creó.
Algunos
árboles tenían el tronco tan ancho que estuve calculando que se
necesitarían casi dos personas como yo para abrazarlo. Y justo a su
lado un tallo de hierba alto y flexible, que no frágil, se
cimbreaba con la brisa que soplaba. Y recordé...
Recodé
como hace unos tres años en el valle, en un día en el que el
elemento viento sopló con inusitada fuerza, a saber qué o quién
le había puesto así. Aunque también cabría estimar que se
limitó sencillamente a cumplir con algunas de sus funciones: soplar,
fluir, rugir, despeinar, tronchar..., tronchó de cuajo el tronco de
un árbol centenario que superaba en mucho los vistos ayer.
Y
pensé que la fuerza no debía estar en lo fuerte
y rígido, sino más bien en lo firmemente asentado, en
este caso en la tierra que la sustenta, pero flexible, sin presentar
oposición.
¿En
qué realidad se sustenta el ser humano en este mundo?
Y
las palabras del Maestro, a Él le gusta más que le consideremos,
sencillamente, como un hermano mayor, llegaron hasta mí:
”Estáis
en el mundo pero no sois del mundo”.
5 comentarios:
Lo que relatas de manera tan amena, me lleva a mi infancia en un colegio francés dónde recitaba la fábula de La Fontaine "Le chêne et le roseau"... creo que aún la recuerdo casi entera... trata de un árbol -un roble, que compadece al pequeño junco que hay a su lado... le dice "pobrecito, qué mal se portó la naturaleza contigo, tan débil..." a lo que el junco responde "no te preocupes, me pliego pero no me rompo..." y en ese momento llega un fuerte viento que parte el árbol... y el junco resiste...
La flexibilidad es necesaria y la verdadera fuerza creo que se asienta en el centro -estar centrado-, y en el corazón. Las palabras de tu Maestro muy sabias. Siempre se disfrutan tus relatos Ernesto. Un abrazo
Un bello relato del que, como siempre, se desprende gran enseñanza.
Un gusto leerte.
Un abrazo fuerte.
Ernesto ya estoy aqui en este hermoso valle tuyo qye lo siento mio por el gran cariño que te profeso,los años pasan y somos los mismos aqui en esta maquina pero no ya ves ese arbol tan centenario y como el viento lo tiro abajo,asi somos nosotros y yo pienso amigo mio del alma si un dia no me ves mas por tus rincones ,no te he olvidado ,quizás algo pasó y me he ido como el arbol de relato.Un dia hablame de tus preciosas nietinas.
Mi querido amigo tus relatos son muy bellos.
Con todo mi gran afecto te abrazo.
Marina
Aui estoy viendo estas maravillas donde tu escribes y vives ...hermosa tierra y divino el paisaje yo ya me quedaba...
T e mande un correo contestando el tuyo que he venido ,me sobra todo y la tristeza hoy embarga mi alma ...la ahoga.
besos ...muchos
MARINA
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